lunes, 21 de septiembre de 2009

Esperar sentado


Casi puedo escuchar las gotas de lluvia chocar contra, la castigada y solitaria, acera. El sonido hueco sobre distintas superficies crea una base rítmica para acompañar el piqueteo constante de sus, altos, tacones. El eco resuena en las callejuelas oscuras, que de niño me vieron jugar. El juego de policías y ladrones.
Siempre fui yo el ladrón, el criminal que merecía pagar por sus errores. Todo crimen se paga. Toda falta se asume.

Sus caderas van contoneándose por la delgada cuerda, que sortea el precipicio de la vida.
No busca con su mirada compañía en esta enferma noche de ciudad y sin estrellas. La soledad es la manta que la protege desde su posición hasta su destino. Soledad y un abrigo de piel, confeccionado por silencio y el sigilo, que cubre su entera desnudez.

La puedo sentir... Noto que se acerca.

Ya puedo notar el calor que tan bruscamente desprende.

Mi boca se está quedando seca. Sera que el deseo se ha hecho difícil de tragar y que obtura mis vías respiratorias.
Sé que se acerca y no hago más que respirar unas diez veces.... e inconscientemente, pienso mi situación, y sonrío... sonrío.

Casi siento su tacto. Casi puedo notar ese, casi grato, escozor de las heridas que su anillo infringe en mi cuello en cada una de sus caricias.

Pero aún no está aquí... Aún no.

La puedo imaginar como una niña curiosa agarrando lo que no es suyo. Manoseando el trofeo de su indecencia. El fruto de su codicia... Seguramente achacado al empuje de una sociedad infecta que le obliga a tomar las cosas a la fuerza.

La puedo percibir abrazándose y tomando lo que no es suyo...

Se desnuda y deja caer su abrigo, muestra lo que realmente es... en lo que el tiempo la ha convertido.

También imagino las lágrimas en su rostro La furia en sus ojos... La sangre en su boca.

Siento el dolor que su alma me regala.

Sus tacones rotos la hacen caer al suelo. Descalza sus femeninos pies, y moviéndose en absoluto silencio, se arrastra hasta una nueva presa. Nada detiene su camino.

No me ve... pero me intuye. No me siente... pero me saborea.

He fallado... solo eso importa. Las heridas en el pecho no paran de sangrar y apenas importa que presión ejerzo sobre ellas.

Mi llanto es mudo...

Mi dolor es lo poco de vida que me queda... El hueco abierto en mi pecho es el único juego que me queda. Puedo meter los dedos y, con dolor, saber la profundidad y el diámetro exacto.

Mi aliento, dosificado en pequeños gemidos, es lo único que me queda por expulsar...
La percibo subiendo las escaleras y suelto uno por cada paso, una dosis por cada escalón.

Noto sus pasos acelerándose... y del mismo modo se va acelerando la caída de mis parpados.

Hago un último estúpido intento en levantarme. La sangre va parando de emanar...
No quiero que me vea así... Manchado en mi vergüenza ...

Sé que está en la puerta...

Pero cuando lleguen las caricias que llevo esperando en toda mi agonía... sé con certeza que ya estaré dormido.

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